¿Existe algo así como un Carl Sagan o (para casos más próximos en el tiempo) una Jane Goodall o un Sir David Attenborough de la divulgación literaria? Me temo que no, excepción hecha, quizás, de Harold Bloom.(1) De hecho, ni siquiera existe la divulgación literaria. ¿Para quiénes escribimos, entonces, los investigadores universitarios de literatura? Diría que, en primera instancia, para nuestros colegas, de cuyo reconocimiento depende nuestra evaluación científica y nuestro capital académico; y, en segunda instancia, para nuestros alumnos. El orden de prelación no es arbitrario, ya que, en la mayoría de los modelos universitarios, se favorece la investigación en detrimento de la pedagogía.
La renuencia a escribir para los lectores en general no afecta de igual forma a las diversas disciplinas académicas. De hecho, las “ciencias duras” cuentan con una larga y sólida tradición de divulgación científica, mientras que las ciencias humanísticas no, excepción hecha del género proteico del periodismo literario que, ciertamente, pone a disposición del gran público información sobre escritores y obras. Sin embargo, esto no es stricto sensu “divulgación literaria” o, al menos, no es lo que yo entiendo por “divulgación literaria”.
La divulgación literaria es un género discursivo que debería mediar entre la investigación literaria, dirigida fundamentalmente a pares en la profesión en distintas fases de su carrera, y el discurso cultural popular con el objeto de presentar ante investigadores de otros ámbitos y los lectores en general el significado y la importancia de las investigaciones literarias llevadas a cabo. Es en función de esta definición que la presentación de resúmenes de obras literarias y su valoración crítica en las secciones culturales de los periódicos y/o en revistas literarias al uso no representa una auténtica divulgación literaria, sino mera información literaria, sin que ello invalide su relevancia.
La inexistencia de la divulgación literaria (o humanística, en general) fortalece dos percepciones que son distintas caras de una misma moneda: por una parte, la investigación literaria sólo interesa a los investigadores literarios y, por otra, la investigación literaria no aporta conocimiento relevante para la sociedad en general. A este respecto, que la respuesta desde dentro de la academia a la “crisis de las humanidades” haya adquirido la forma de una defense of poetry con la variante más reciente de la “utilidad de lo inútil” no puede ser más contraproducente.
Nuccio Ordine ha defendido con ardor (con seguridad ello ha motivado que el subtítulo de su libro La utilidad de lo inútil sea Manifiesto) que “[c]iertamente no es fácil entender, en un mundo como el nuestro dominado por el homo oeconomicus, la utilidad de lo inútil y, sobre todo, la inutilidad de lo útil” (Ordine 16). El centro de la argumentación de Ordine pasa por la identificación de utilidad con “cualquier finalidad utilitarista”, de forma que “los saberes humanísticos y, más en general, todos los saberes que no producen beneficios” serían inútiles por su “naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial” (Ordine 9).
¿Es concebible que los investigadores literarios hayamos dedicado unos diez años de nuestra vida predoctoral a saberes de naturaleza gratuita y prosigamos con ellos el resto de nuestras vidas? ¿Hacemos que los estudiantes ocupen buena parte del currículo de la enseñanza obligatoria primaria y secundaria durante unos diez años con saberes que no producen beneficios y están alejados de todo vínculo práctico? Si los productos de la literatura y otras artes son inútiles, gratuitos, alejados de todo vínculo práctico, ¿cómo se explica su férreo control por los regímenes totalitarios?
Comparto a este respecto la perspectiva de Marina Garcés, quien caracteriza de defensiva-nostálgica la postura de aquellos humanistas que, como Ordine, alertan y lamentan “el desinterés del mercado y de la gente en general por las humanidades y por todo aquello que no tiene una utilidad o un rédito inmediato” (Garcés 60-61). Tanto el número de estudiantes que cada año decide ingresar en estudios humanísticos como la corporativización de la universidad (con la apuesta por el utopismo tecnológico a raíz del confinamiento provocado por la crisis de la Covid-19) desmienten que haya desinterés.(2) En todo caso, convendría reflexionar qué papel ha jugado en la crisis de las humanidades que los humanistas hayamos considerado que nuestro público está conformado en exclusiva por otros humanistas profesionales.
Según Garcés (66), las humanidades han perdido el vínculo con el objetivo de “trabajar por una sociedad mejor en el conjunto del planeta”. La realidad es testaruda también a este respecto, y la investigación humanística sobre cuestiones sexuales, identitarias, raciales, sociales, coloniales, ecológicas, etc. desmiente también que se haya perdido ese objetivo. Lo que se ha perdido o, mejor dicho, lo que nunca ha existido, salvo notables excepciones, es el vínculo social, esto es, una comunicación sobre qué aportaciones, útiles, prácticas e inmediatas, realiza la investigación humanística para la sociedad en general.
Es responsabilidad de los humanistas, en primera instancia, (de)mostrar a la sociedad la relevancia de sus estudios. Para ello, la divulgación literaria se presenta como una herramienta imprescindible.
- Garcés, Marina. Nueva ilustración radical. 4.ª ed. Barcelona: Anagrama, 2017.
- Ordine, Nuccio. La utilidad de la inútil. Manifiesto. Traducido por Jordi Bayod. Barcelona: Acantilado, 2013.
(1) Mi querida colega de la Universidade do Porto, Ana Paula Coutinho, me indica que George Steiner fue otro de los grandes divulgadores literarios. Estoy totalmente de acuerdo, aunque aprecio un matiz diferenciador. La escritura de Bloom es mucho más accesible al público general que la de Steiner.
(2) Obviamente son intereses de índole muy distinta. Frente al interés económico que subyace a la corporativización de la enseñanza universitaria, el interés de los estudiantes que cada año deciden cursar carreras humanísticas, conocedores de las enormes dificultades de sus salidas laborales, estriba en el afán de conocer artes y disciplinas en las que reconocen un papel central en su realización individual y colectiva. El confinamiento provocado por la crisis sanitaria de la Covid-19 ha vuelto a demostrar la importancia de las obras y saberes humanísticos para la realización personal. Véase el artículo del Centro Español de Derechos Reprográficos titulado “La lectura en tiempos de coronavirus“.
(César Domínguez – 05.08.2020)