En noviembre de 1974 el escritor inglés Bruce Chatwin inició un viaje a través de la Patagonia. A su llegada a Gaimán (“the centre of Welsh Patagonia”; Chatwin 24) trabó conocimiento con el pianista Anselmo, quien, a su vez, le conminó a visitar al poeta. El poeta había vivido durante los últimos cuarenta años en un cabaña de dos habitaciones junto al Chubut, rodeada de durazneros y colmenas. Recibió a Chatwin con estas palabras (en argentino): “Patagonia! […]. She is a hard mistress. She casts her spell. An enchantress! She folds you in her arms and never lets go” (Chatwin 31).
La visita sólo duró dos horas. Chatwin nos dice que las paredes de la cabaña estaban adornadas con una litografía de los indios Pampas y otra de Martín Fierro. Sobre el escritorio del poeta se amontonaban sus libros favoritos: las Tristezas, de Ovidio, las Geórgicas, de Virgilio, Walden, de Thoreau, el Primer viaje alrededor del mundo, de Pigafetta, Hojas de hierba, de Whitman, La tierra purpúrea, de Hudson, y las Canciones de inocencia, de Blake. Sólo Ovidio, Pigafetta y Blake son mencionados por sus nombres.
Del poeta tampoco nos dice Chatwin su nombre, pero sí algunas de sus obras, en concreto tres: Cantos rodados (1940), Voces de la tierra (1954) y Cantos de adiós a la última creciente del río Chubut (1959). Su producción no es mucho más extensa (apenas un par de poemarios más, el último de 1973), y, al preguntarle Chatwin por su próximo proyecto, el poeta respondió: “My production is limited. As T. S. Eliot once said: ‘The poem can wait'” (Chatwin 32).
El poeta es Gonzalo Carlos Luján Delfino, quien firmó su obra como Gonzalo Delfino. El catálogo de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” sólo registra cuatro entradas bajo su nombre; dos de ellas remiten al poemario Voces de la tierra. Nacido en Gualeguaychú (Entre Ríos) en 1902, fue maestro de literatura en Buenos Aires, ciudad que abandonó por la Patagonia. Cuando Chatwin le visitó, a sus 72 años Delfino le recitó “weighty stanzas that described the geological transformation of Patagonia” (Chatwin 32).
El poeta permanece en la memoria gracias a dar nombre a un certamen literario patagónico y a una biblioteca popular, la de Trelew. Su obra es prácticamente inhallable hoy día. La Biblioteca Nacional argentina sólo conserva tres de sus poemarios, y según WorldCat la mayoría de los ejemplares se encuentra en bibliotecas universitarias estadounidenses.
Mi ejemplar de Voces de la tierra, editado en 1954 por “Cruz del Sur” con ilustraciones de Naldo, dormía en los estantes del Cheshire Book Centre, una librería de viejo virtual en Buckley, al noreste de Gales. Es un ejemplar sin ninguna indicación de propiedad, ninguna marca de lectura, tan limpio hoy como salió de las prensas de Francisco A. Colombo el 25 de junio de 1954, excepto, claro está, por las huellas que dejó el tiempo.
¿Llevó consigo algún habitante galés de la Patagonia estas Voces de la tierra consigo de regreso al país natal? ¿O fue acaso, con ocasión de un viaje de visita, una lectura de acompañamiento que, una vez acabada, dejó el libro varado en Buckley?
Nunca se sabrá, como tampoco por qué Delfino abandonó su trabajo como maestro de literatura en Buenos Aires por una mínima cabaña patagónica en la que incluso los poemas podían esperar. No se sabrá, a no ser por lo que su obra dice.
Mi corazón ya no alienta otro gozo:
ser como este álamo, tirso quimérico,
mansión del canto, atalaya de auroras;
¡trémulo salmo camino del cielo!
(Delfino 61)
- Chatwin, Bruce. In Patagonia. 7.ª ed. Londres: Pan Books, 1983.
- Delfino, Gonzalo. Voces de la tierra. Buenos Aires: “Cruz del Sur”, 1954.